sábado, 26 de enero de 2013

¡YO NAVEGUÉ EN LA FRAGATA LIBERTAD! EL OBSERVADOR DEL CIELO


Astronomía
¡YO NAVEGUÉ EN LA FRAGATA LIBERTAD!
EL OBSERVADOR DEL CIELO

Por Sergio Galarza
sergiogalarza62@gmail.com

Cuando miramos el cielo acaso sólo veamos luces y sombras, y no poca belleza, espero. Mas, cuando alguien con un mínimo conocimiento científico lo hace, puede ver algunas cosas extra, si lo desea. Ver, por ejemplo, sobre qué punto de la Tierra está parado, hacia dónde se dirige, qué época del año le acaricia o escuece. El lento dominio del cielo, la familiaridad con sus figuras y lo cíclico de sus cambios, permitió a los antiguos desplazarse por la vastedad de las llanuras, vagar entre las montañas y escindir los mares en pos de las lejanas tierras prometidas. En pleno 2013, en la península arábiga, aún es costumbre y necesidad orientarse en los desiertos mediante las estrellas. Aunque esto parezca arcaico, en esencia lo hace cada uno de los que usan sistemas de GPS, ya que su correcta función depende también de los conocimientos astronómicos de diseñadores y desarrolladores de programas, ya que los satélites que utiliza están ubicados en órbitas terrestres determinadas.
Sin este último chiche, el hombre pobló América una decena de milenios atrás. Lo hizo por dos caminos: el estrecho de Bering, al norte, en épocas en que el hielo lo hacía transitable a pie; y a través del Océano Pacífico, al sur.
De isla en isla, desde Oceanía, hasta dar con las costas de Chile o Perú, vinimos a afincarnos a esta linda tierra.
Semejante trayecto, hecho en naos de junco, fue factible al leer el cielo para mantenerse sobre la latitud correcta, sin desviarse al navegar. Muy pronto inventamos las herramientas idóneas para avanzar de ese modo: remos, velas, timones… y al fin el sextante, por ejemplo.
Un sextante es un palo o hierro con marcas y una plomada, que mide las alturas aparentes de las estrellas con respecto al horizonte. Al ser la Tierra una pelota que gira, parece que rotan las estrellas sobre nosotros, dibujando arcos en las noches. Esos arcos leyeron los ancestros, los hombres y mujeres que llegaron a América por el oeste, hace miles de años.
Piensen que esas mismas estrellas –las estrellas viven millones de años, diez milenios no es tanto para ellas- han debido de medir nuestros oficiales al traer la Fragata Libertad de vuelta a casa, hace poco. Cuando escuché la noticia imaginé a esos jóvenes –también mujeres- izar las velas y escudriñar los cielos, ir viéndolos cambiar sobre ellos a medida que ascendían desde el hemisferio norte hasta casa, en el alto sur.
Pensarlos sobre cubierta, balanceándose sobre el Atlántico, me hizo recordar con cariño a uno de mis mejores profesores, al señor Osvaldo Simonetti, docente del Colegio San José de Chabás, quien diera la vuelta al mundo sobre esa misma Fragata, en ocasión de cumplir con su servicio militar.
Osvaldo fue un profesor de los mejores, que enseñó su mecánica con autoridad, la misma mecánica que hoy repaso para comprender el cielo. Jamás regalaba nota y creo que nunca faltó al colegio. Sólo había un modo de distraerlo, de lograr que no explicara su materia durante la exacta hora que duraba su clase: hablarle de la Fragata Libertad, de su viaje a través de los mares bajo los cielos del mundo. Sólo entonces se permitía un mínimo desliz en su concepto del deber. Sus ojos se encendían y su voz traslucía melancolía y orgullo por lo que le pedíamos recordar. Qué razón tuvo siempre en narrar ufano esa aventura. Había sido elegido entre miles por su conducta y dedicación, pero nosotros no medíamos tales valores; un compañero siempre le preguntaba por las chicas de tantos puertos. Él sonreía con tolerancia, negaba esas disuasiones y cerraba afirmando: ¡Yo navegué en la Fragata Libertad!

domingo, 23 de diciembre de 2012

¿Se puede viajar en el tiempo?


¿Se puede viajar en el tiempo?

Las películas y novelas abusan de este hipotético recurso mediante el cual, el héroe, puede regresar al pasado (ir o avanzar sería el término exacto ya que en su tiempo él sigue envejeciendo) y componer un error o salvar su planeta (como sucede en Viaje a las estrellas). La perspectiva es fabulosa y plantea la paradoja de que una persona pueda encontrarse consigo, más joven (En “Experimento Filadelfia” y “Viaje a las estrellas” esto es lo que sucede; aunque en la primera el guionista disimula el asunto tras un vidrio polarizado).

Los agujeros negros permitirían tal proeza, al menos para la opinión pública, alentada por falsos difusores de la ciencia, tales como Canal Discovery. La existencia de esos singulares objetos está confirmada por la observación telescópica -al medir la acción de la gravedad de objetos invisibles- de lejanos objetos y de emisiones de rayos X, originados a medida que las galaxias o meros soles son devorados por estos monstruos, como ya narramos en nota anterior. Sin embargo, la existencia de los Hoyos de gusano, es decir, la interconexión de aquellos mediante secretas dimensiones, caminos que burlen la geometría del espaciotiempo, atajos que nos dejarían frente a tal o cual galaxia, en el pasado o en el inimaginable futuro, no podrían ser confirmados por nadie, ya que el cronista se encontraría demasiado lejos de nosotros para dar la nota.

En la película Stargate o Puerta de las estrellas, por ejemplo (los videos han de tener estos títulos), el guionista comete un error: los héroes son transportados por una máquina hacia una región extrema del cosmos (como en Deja vú, solo que Denzel va al pasado), y, desde allá -en una galaxia lejana deben enfrentarse a no sé que loco que pretende destruirlo todo- ¡se comunican en vivo con Huston!

¡Dios me ampare! Si los muchachos han sido trasladados a no sé que lugar, a miles de años luz de distancia ¿cómo van a comunicarse en vivo? Nada puede viajar a una velocidad mayor que la de la radio y aún así esta demoraría miles de años en llegar.

Para comprender el absurdo de las pelis de ciencia ficción: hace poco los Estados Unidos enviaron una curiosa lata a Marte, buscando fósiles de vida en el planeta rojo. Había un inconveniente: ¿cómo bajar la nave? ¡Está Marte demasiado lejos para comandar las acciones de descenso desde la Tierra! El querido Ares está tan lejos de nosotros que, aún las órdenes que viajan a la velocidad de la luz, no llegarían lo suficiente rápido como para solucionar el mínimo inconveniente. Tuvieron que contratar a un argentino, al ingeniero San Martín, diseñador de un programa de computadora encargado de medir cada metro, cada velocidad y cada azote del viento durante el descenso de la nave, capaz de corregir al instante, allá, en la rojiza atmósfera, cualquier eventualidad que se manifestase! Y lo logró el muchacho: el héroe de la Nasa, ¡un argentino!

En muchas películas estas desigualdades y locuras norteñas se ponen de manifiesto. Veamos algunos títulos para aprender al tiempo que se  divierte: Moon, excelente peli donde el eje de la trama es la conciencia de identidad, es decir, la memoria que nos ata a los afectos y las costumbres, boicoteada por la avaricia capitalista; Sunshine o Alerta solar, una aventura con todas las letras: los héroes parten hacia el sol, moribundo; su misión: encenderlo; los problemas llegarán de la mano de un extraño personaje: un veterano vengándose de aquellos que le enviaron a la nada. ¿Les suena a historia conocida?

Si el video no es lo suyo e igual quiere distraerse al momento que aprende, dése una vuelta por la biblioteca y pida uno de estos títulos: Crónicas marcianas, deliciosa aventura narrada por uno de los inmortales: Ray Bradbury; Odisea espacial, un clásico que no pierde vigencia, pues se discute allí lo que aún nos preocupa: la inteligencia artificial, el espacio tiempo, la aventura del hombre en el universo; Cosmos, el libro de Carl Sagan, un portento de la astronomía y la narración amena que hoy es emitido en formato televisivo por Canal Encuentro

martes, 20 de noviembre de 2012

La estrella de Belén y los tres reyes magos

 

La estrella de Belén y los Reyes Magos

José vive en Belén y María está encinta. La época es dura, no hay quién los aloje. José refugia a su familia en un establo y sucede el parto. Nace Jesús y se acercan unos vecinos, pobres también. Pronto, todos se sorprenden. Llegan al pesebre tres hombres bien vestidos. Son los Reyes de Oriente, los que hoy llamamos Reyes magos. Llegan con unos pocos regalos que no sirven para nada y exclaman: Encontramos el lugar siguiendo una estrella, una estrella nos trajo hasta acá.

Vaya historia, una estrella guió a los reyes hasta el hijo de Dios. El relato bíblico tiene un contenido astronómico. Los tres Reyes representan a las estrellas llamadas Las Tres Marías o el cinturón de Orión, visible en esta época en lo alto de la noche. Es muy posible que la estrella guía de verdad haya existido. Esa estrella, la estrella de Belén, fue un cometa.

Los cometas son cuerpos que se formaron junto con el sistema solar, hace unos 4.500 millones de años; desde entonces aguardan el anunciamiento de la gravedad para soltarse de su lejana morada y lanzarse a la carrera sobre su madre, el sol. Cometa viene de coma o cabellera. Sucede qué, cuando dicho astro se acerca al sol, la energía de este lo calienta y lo desarma en pequeños fragmentos que, impulsados hacia atrás, forman su cabellera de luz y una o dos colas. Es decir, forman belleza.

Por una característica de nuestro universo, siempre que un cuerpo tira de otro por medio de la gravedad, este cae hacia él siguiendo caminos que llamamos elipses. Las elipses son círculos achatados. Un círculo es el perímetro de una moneda; una elipse es el perímetro de la sombra que esa moneda arroja sobre la mesa si la iluminas de costado.

El avance del pensamiento ha luchado siempre con algo mucho más poderoso que la ignorancia o la incapacidad. El pensamiento lucha contra un gigante llamado paradigma. Los paradigmas son estructuras mentales que nos condicionan al pensar. Muy pocos David hubo en la ciencia que hayan podido derrotar a ese Goliat. En la antigüedad se pensaba que las órbitas planetarias debían ser circulares, y esto demoró mil años la verdad. Al fin llegó Kepler, con su honda de cálculos, y probó que las órbitas no eran circulares: eran elípticas.

Las elipses permiten que, si puedes observar el paso de un cometa por tres puntos del cielo, entonces puedes calcular todos los puntos restantes, todos los sitios donde ese muchacho irá a estar en el futuro -o donde haya estado en el pasado. Es por esto que los astrónomos tienen la certeza de que la estrella de Belén fue un cometa: hay uno bien grande que pasó aproximadamente por nuestro cielo hace más o menos 2012 años.

Pronto volverá a pasar un cometa por los cielos de Chabás. Lo hará en marzo de 2013. Esta piedra de hielo y polvo viene en camino pues alumbrará la llegada de mi nieto. Mi hija mayor está encinta de su amor y su pancita, esa pancita que durante años acariciamos y cuidamos, hoy guarda el milagro de la vida. Es un varón. Un varoncito está en camino y un cometa precioso como pocos que se hayan visto en el pasado viene a su encuentro. Los sabihondos dicen que brillará en la noche con el poder de una Luna. Yo no pido tanto, no es necesario. Ya saben lo que pienso de los avaros que todo lo quieren para sí, y mucho me basta la felicidad de esa madre.



Volviendo a la vana ciencia, los cometas están catalogados como de corto y largo período, es decir, de corta o larga elipse. Los de corto período se repiten cada 50 o 100 años. Son cometas que habitaban una franja de escombros muy cercana a los lindes del sistema solar. Luego están los cometas de larga elipse. Estas cabelleras de luz pasan hoy y, cuando vuelvan… ninguno de nosotros estará aquí para verles. La astronomía, mucho más que las religiones, nos enseña a ser humildes.

Sabemos los astrónomos que solo somos un parpadeo en la nada, un soplo de dolor o alegría en la sinfonía tocada por los astros infinitos. Por eso, en estas fiestas, no se ignoren; busquen al amigo y al ser querido y compartan con él o envíenle un gesto de cariño. El parpadeo de cada estrella nos lo sugiere.

sábado, 27 de octubre de 2012

Escorpiones, Anzuelos y Futuros interrogantes.


Escorpiones, anzuelos y futuros interrogantes.
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Región vecina a la estrella Antares, en scorpio. Gentileza de Baskies, de Sergio Eguivars.

Durante el año hemos hablado de diversas estrellas conforme avanzaba la noche sobre nosotros. Hace poco dije que Escorpio se alzaba por el este y hoy puedes verlo caer sobre el oeste; es majestuoso el modo en que sus pinzas -tres estrellas en abanico, debajo de una roja- se hunden primero; luego baja la cola, con sus brillantes estrellas azules, llamadas Shaula y Lesath.
La figura del escorpión es inconfundible: la estrella roja, llamada Antares porque rivaliza con Marte, es su corazón; luego le siguen tres estrellas que forman el cuerpo, largo, apenas curvado – son estas estrellas azules, muy jóvenes y llenas de energía- por último, la hoz de la cola, una curva cerrada con las dos estrellas que dije y que dan una imagen o idea de púa.
El Escorpión es una constelación nacida en los pueblos de la media luna fértil, en el Asia menor. Allí proliferan estos bichos y es natural que los antiguos vieran su figura en el cielo. Lo curioso es que los niños, en nuestras escuelas, quienes no saben estas historias, solo vean un signo de interrogación, allá arriba. Tal vez sea lógico que lo hagan pues un escorpión con su cola erguida se parece a un interrogante. Lo triste es que mientras aquellos asiáticos y griegos colocaban en el cielo al mundo animal que los rodeaba, nuestros niños vean símbolos abstractos de la escritura, inventos alejados de la realidad.

Veamos otro ejemplo:
En Nueva Zelanda, los maoríes, ese bello pueblo que por ahí es hijo de los mismos viajeros que llegaron a América a través del océano Pacífico, hace 10.000 años, ven las mismas estrellas que nosotros, pues son culturas del sur. Esos hombres y mujeres que pintan sus rostros y que en el Rugby son imbatibles, se dice hijo de un héroe maorí quién, en la antigüedad, pescó a la isla de Nueva Zelanda y la alzó desde el fondo de los mares para que todos sus hijos tuvieran dónde vivir. El primer maorí, el primer hombre de aquellas latitudes, pescó para todos a su tierra del mar.
Pero, ¿Con qué lo hizo? ¿Con qué anzuelo logró semejante hazaña?
Pues claro, con un anzuelo gigante que hasta el día de hoy ellos ven en el cielo, el anzuelo magnífico que los griegos creyeron Escorpio y que mis chicos ven como interrogante.
Hermosa, muy bella historia que los une a su medio ambiente, que los hace uno con la tierra y el mar que los rodea.

 A un conocedor del cielo, sin embargo, esa leyenda le dice algo más, algo concreto: le dice la época del año en que aquellos antepasados maoríes, navegando su proceloso espacio, dieron con Nueva Zelanda. Ellos, los primeros, sin duda llegaron a esas islas cuando el escorpión ascendía del este. En la foto superior puede verse que tal constelación simula un anzuelo, el cual iza del mar su presa o su regalo: la tierra prometida.

Estas historias escondidas en los astros, escondidas en las luces del cielo, lejos de hablarnos del infinito, nos hablan de nosotros mismos, de nuestros antepasados, de nuestras vidas anteriores, es decir, las de nuestros antepasados.
Las historias, los cuentos, las leyendas, son lo único verdadero, lo que nos une a nuestras raíces.
Hay una frase conocida: “quién ignora su pasado está condenado a repetirlo”.
La astronomía, al narrar las historias del ayer, le da a cada pueblo un futuro nuevo para construir. 

Sergio Galarza

lunes, 17 de septiembre de 2012

Coplas de la luna llena


Coplas de la luna llena

*Canción, de Jorge Fandermole.
Los enamorados cantan su amor bajo la luna y los hombres lobo sienten el llamado de lo salvaje cuando está llena; las banderas de muchos países la incluyen en su paño y los poetas de todas las épocas le han escrito sus mejores versos.

En la antigüedad los hombres contaban lunas para saber cuando nacerían los niños. De allí que uno de sus nombres sea Artemisa, diosa de lo femenino. Hoy se le dice Selene y por ello Cyrano de Bergerac, tras su famoso viaje, nos hablo de los selenitas.

Ella nos acompaña desde siempre… siempre que la observemos con los ojos de la gente, porque si buscamos en su ayer con los ojos de la ciencia, la verdad es otra.

Hubo un tiempo en que no tuvimos el gusto de su compañía.
La Luna es hija de una de las tantas carambolas que se dan en un sistema planetario como el nuestro. Hace 4.500 millones de años, mucho antes de que hubiese algas sobre la tierra, un planeta algo más chico se nos vino encima. El golpe ha de haber sido prodigioso: luces y polvo arrojados al espacio en fuegos de artificio inolvidables. Un bello espectáculo para observar a ojo desnudo, desde Marte, por ejemplo.

Semejante impacto fue causa de sorpresas tales como el campo magnético, la inclinación del eje de giro y, la mas notoria, que el polvo y los escombros arrojados al cielo quedara dando vueltas a nuestro alrededor; años y años allí, pálido cinturón de cenizas, hasta que, aglutinándose, pegoteándose cual harina húmeda, miles de años después, borrosa y lenta, consolidó en lo que hoy vemos, esa carita sucia, toda granos y manchas que llamamos Luna.

En el siglo XVII, fue observada por hombres y mujeres con telescopios. Uno de tantos, Galileo Galilei, tuvo la mala dicha de publicar sus observaciones en un libro que cambió el curso de la ciencia. Dije mala, porque sufrió grandes castigos al derrumbar los absurdos que entonces enseñaba la ciencia; entre ellos, que la materia supralunar era perfecta e incorruptible. Ante esto, Galileo, quien no era algo gruñón, dijo: ¡Puras macanas, la Luna está hecha pomada!

Los pensadores de la época se negaban a observar por el telescopio, decían que era truco lo que allí verían; mientras, el libro escrito por el florentino se vendía a montones.
El mensajero de las estrellas, tal su título, está lleno de dibujos que describen su superficie en detalle: los mares (de lava seca, no de agua), las montañas, los cráteres, los cañones. Galileo dibujaba muy bien, era un científico moderno, esto es, solo creía en lo que podía comprobar mediante experimentos. Con uno de ellos midió la altura de las montañas lunares ¡vaya proeza!

Observar la luna es un gusto, en cualquiera de las fases en que se encuentre, es decir, en cualquiera de los ángulos en que nos muestre su carita iluminada, que de eso se trata.
Sus fases cambian día a día o noche a noche, como más te guste. De hecho, muy pocos la reconocen como astro de observación diurna. Cuando se acuesta cerca del sol, así como cuando amanece con él, es fácil verla inclinar su cara iluminada, siempre mirándolo, como enamorada. 
Cuando muestra su cara llena, por el contrario, verás que siempre está muy lejos del sol, que espera a que este se oculte para mostrarse ella, cual si estuviese ofendida. Y cuando no la vemos, cuando tenemos Luna nueva, en realidad está justo en línea al sol, nos muestra su noche, su cara oscura hacia nosotros. Por eso cuando hay Luna nueva es el único momento en que pueden darse eclipses de sol, y cuando hay Luna llena es cuando se dan los eclipses de luna. Son los únicos momentos en que los tres astros, el sol, la tierra y la Luna, forman una línea recta en el cielo, pueden taparse unos a otros jugando a las escondidas.


Detrás de este baile de máscaras se halla la más pura geometría, ya dije que los hombres la aprendimos del cielo. Puede medirse con ellas la hora. Mis alumnos de sexto y quinto grado han realizado relojes de Luna. Si ves a uno de ellos por las calles de Chabás, dile:
Ey, niño, mira la Luna y dime ¿qué hora es?
Te responderán con acierto.

viernes, 17 de agosto de 2012

La leyenda del Choike

http://www.davidmalin.com/fujii/image/af1-02_72.jpg

Muchos conocemos la Cruz del sur, bella constelación de nuestros cielos que para nosotros es visible todo el año. Mírala estas noches de agosto y setiembre, ya recostándose sobre el oeste. Siempre mirando al polo; parece un barrilete, además.
La Cruz o Crux está formada por cuatro o cinco estrellas, según la polución lumínica de tu cielo. Tres de ellas son de buen brillo. Desde Chabás se distinguen sus cuatro luces principales: Alfa, Beta, Gamma y Delta crux.
La primera es un sol triple aunque lo veas como uno. Con telescopios medianos ya puedes resolverla en dos puntos diminutos. La segunda es una gigante azul y muy cerquita esconde a una de las joyas del cielo: una estrella de carbón, un diamante encendido, roja, rojísima, llamada Lágrima de sangre. Gamma crucis es una gigante roja, asimismo.
Si observas desde el campo podrás ver, además de la débil delta crux, la quinta estrella llamada Epsilon, y una mancha oscura entre Alfa y Beta crucis, inmenso vacío de soles, conocido como el Saco de carbón. Curioso objeto celeste, esta nebulosa oscura está formada por gases espesos que absorben la luz de los astros que guarda dentro y detrás de ella.
La cruz del sur es junto a Escorpio la constelación que más se parece al objeto que nombra. En la antigüedad, los pueblos de la Patagonia le llamaban La Huella del Choike.
Un choike es un ñandú pequeño, de plumas pardas, que al pisar deja cuatro puntos sobre el piso, las  marcas de sus uñitas.
La cruz o la Huella del choike es una constelación muy importante, pues sirve para dar con el polo sur celeste. El palo mayor lo señala, a unos dos puños de la estrella más notoria, Alfa.
He aquí una de las tantas curiosidades que nos regala la astronomía: El polo sur está arriba nuestro, en el cielo, y no debajo, como usual se muestra en los mapas y globos terráqueos que vemos en los colegios. El hecho de que se enseñen los polos invertidos responde al dominio intelectual a que los países del norte nos someten. Si quieres ser un poco más libre recuerda esto: el polo sur está arriba, lo señala la Cruz o la Huella del Choike. Es el polo norte el que está abajo, mirando desde Chabás.
Los viajeros españoles y portugueses, quienes arribaron en el siglo XVI al Río de la Plata, fueron quienes llamaron Cruz a nuestra constelación. Te cuento la leyenda americana:

Había en la tribu un cazador joven y capaz que se jactaba demasiado de serlo. Los abuelos le decían: “Muchacho, ten modestia, no todo animal puede ser cazado”. Pero el joven hacía oídos sordos.
Una mañana, el muchacho se hallaba en el campo; allí vio el choike más bello y más grande que hombre alguno viera jamás. De inmediato comenzó a perseguirlo para arrojarle sus boleadoras, que entonces eran dos piedras unidas por un tiento de cuero. “¡Ya verás, no escaparás a mi tiro!”, pensaba.
El choike era inmenso porque en realidad se trataba del Dios de los Choikes, el padre o la madre de todos ellos. Huía sin esforzarse, esperando que el joven se hartara de tanta carrera. Pero nuestro personaje no aflojaba. Más corría el Dios, más corría el cazador.
Llegada la tarde, cuando el cielo oscurecía y las primeras estrellas comenzaban a brillar, el cazador sintió que sus fuerzas lo abandonaban. En un último intento arrojó sus boleadoras con fuerza.
Por poco logra enredar al ave, pero el Dios Choike pisó en el cielo y voló a las estrellas, donde escapó para siempre.
El joven quedó burlado y sorprendido, mirando la huella que el Choike dejara en el cielo, esos cuatro puntos de luz: La huella del Choike.
Para enseñanza de los jóvenes, las boleadoras del cazador quedaron clavadas en el firmamento, como símbolo de la soberbia humana. Son las dos estrellas muy brillantes que ves en la noche apuntando hacia la cruz. Ahora se les llama El Puntero y sus estrellas, según brillo: Rigil kentauro y Hadar kentauro.
Así es la astronomía, un camino lleno de ciencia y belleza, y también de andares antiguos reflejados en leyendas como esta.

para los amigos de voces del sur
Con admiración y cariño

Sergio

miércoles, 1 de agosto de 2012

La Vía Láctea tiene un agujero que da jabón


 La Vía Láctea tiene un agujero que da jabón
o...

AGUJEROS NEGROS, PANTANOS DEL COSMOS

EL OBSERVADOR DEL CIELO
Por Sergio Galarza
sergiogalarza62@gmail.com

La astronomía interesa a chicos y grandes por igual. Todos quieren meter el ojo a un ocular y observar la Luna, Saturno o una nube de polvo cósmico como la de Orión o Carina, verdaderos úteros galácticos diseminados en los brazos de la galaxia donde nacen las estrellas en puñados de mil.
Bien entrado el siglo XX, aún creíamos que las estrellas se repartían por igual, allí dónde miráramos. Pero la realidad es otra. Las estrellas se apiñan en el centro de la Galaxia, en la región del Sagitario, justo sobre nosotros y detrás del Escorpión, durante el invierno argentino.
Sagitario se sitúa en esa región blanca y brillante que llamamos Vía Láctea o Camino de Leche. El brillo es fulgor lejano de miles de millones de soles que, desde el corazón mismo de la espiral, nos llega a través de la distancia y el tiempo.
Las estrellas que forman la galaxia están en movimiento, giran alrededor del núcleo, le damos una vuelta cada 250.000 años.
¡Vaya, qué cifra! La especie humana apenas ha girado unas pocas vueltas.

Fabriquemos una galaxia
Para jugar y aprender, te invito a fabricar una galaxia espiral como la nuestra. Si tenés una pileta de lavar, podés hacerlo.
Colocás un tapón con cadenita al desagüe. Llenás la pileta y esparcís jabón de lavar en polvo sobre la superficie. Debés usar el jabón de los lavarropas comunes, el de los automáticos no sirve pues no genera espuma. Ahora, remové el agua para que se forme bastante, que quede todo lleno de pompas. ¿Listo?
Sacá el tapón del drenaje; verás cómo el agua se arremolina para escapar y la espuma forma una espiral antes de desaparecer por el agujero.
Así es nuestra galaxia, una espiral de jabón girando en el espacio.
Tal vez te preguntes entonces, ¿qué drenaje se lleva el jabón de nuestras estrellas?
Lo sabemos: quien tira de nuestras estrellas haciéndolas girar en forma de espiral es la gravedad de un “agujero negro” que se halla en nuestro núcleo galáctico.
Un agujero negro es un objeto muy curioso, capaz de chuparse todo lo que pasó, como dice León.
En estos cuerpos, la materia cae sin remedio ni posibilidad de escape, casi. Los científicos les llaman “singularidad”, porque allí todo es único o singular.
Los agujeros negros nacen cuando una estrella muy, muy grande, se apaga. Al hacerlo, el peso de los gases que la forman la derrumba hasta un punto inimaginable. Un punto tan, tan profundo, dentro del mismo espacio, desde el cual ya nada puede escapar, ni siquiera la luz emitida por ese astro moribundo. Por eso se les dice “negros”, porque no emiten luz.
En el momento en que un agujero negro nace, todo a su alrededor comienza a ser atraído por esa caída, por la gravedad infinita de ese nuevo ser.
Durante años los hombres de ciencia se han dedicado a estudiar estos pantanos del cosmos. El más conocido de ellos es Stephen Hawkins, el científico postrado sobre una silla de ruedas -sufre una rara enfermedad-, quien en su juventud no lograba terminar la tesis de su doctorado; al fin, eligió estudiar los agujeros negros. La historia es conocida: Stephen se graduó con honores y el mundo científico se volvió loco a raíz de las novedosas teorías que aportó (fue el primero en sugerir que algo, muy poco, escapa de allí). Stephen escribió muchos libros, pero el que lo hizo famoso fue “Breve Historia del Tiempo” y lo encontrarás en la biblioteca de Chabás.
En toda charla, preguntan: ¿se puede viajar a través de un agujero negro? Ocurre que los documentales de TV llenan su espacio con historias desaforadas, estrellas cataclísmicas y agujeros de gusano por los que se viaja al pasado, donde uno se encuentra consigo, joven…  
La ciencia ficción es la más popular de las ciencias, pero, ay, no es tal. Cuando contesto que no podríamos viajar a través de un hoyo negro, puesto que allí no existe la materia tal como la conocemos y el tiempo se detiene, los rostros se opacan, no es lo que esperan o quieren oír.
En verdad, alguna vez, todos anhelamos volver atrás, reparar un mal hecho, recuperar a alguien perdido. Si viajara al pasado y me encontrara conmigo, me diría: Sergio, serás feliz, serás padre, maestro y al fin abuelo, así que ¡vive contento! Vos, ¿qué te dirías?