jueves, 26 de septiembre de 2013

Voyage, Voyage


Voyage, Voyage
Hace un millón y medio de años los hombres dominamos el fuego y nos apoderamos del mundo; en 1402 una flota China circunnavegó la Tierra, pisó los cinco continentes y trazó los mapas que siguió Colón en 1492; en 1961 Yuri Gagarin ascendió a la estratosfera en un cohete Vostok y demostró que el hombre podía sobrevivir en el espacio; en 1969 pisamos la Luna y en 2013 abrimos la puerta para salir al espacio interestelar por medio de la nave Voyager 1.
La misión Voyager consiste en dos naves gemelas de exploración. Lanzadas en el año 1977, su cometido ha sido modificado cada vez que superaron una etapa. El proyecto preveía cinco años de investigación pero las sondas cuentan treinta y seis en el envío de sus datos.

Las Voyager son prismas decagonales, pesan menos que un auto mediano y caben en una pieza de barrio. Su aspecto es el de un insecto con un ala redonda y dos antenas finas. Están a 19 mil millones de kilómetros de casa. Su débil voz de radio, que viaja a la velocidad de la luz, tarda 17 horas en llegar. En la actualidad son controladas desde la Tierra por solo diez personas.
¿Qué significa 17 horas de viaje a la velocidad de la luz? Nada que podamos comprender, por desgracia, pero es la distancia a la que influye nuestra estrella. El sol sopla partículas de energía; estas forma un escudo o cáscara de huevo que nos protege de la agresión foránea, los Rayos Cósmicos, los más potentes jamás descubiertos.

La Voyager 1 acaba de ingresar a ese medio ajeno. Sabemos dónde está porque sus detectores perciben el cambio de energías a su alrededor. Han dejado de sentir el viento solar y ya tiritan por el frío exterior (es metáfora).
Cada una lleva tres generadores nucleares, les proveen menos vatios que los que consume una computadora personal. Están provistas de una antena parabólica, dos rectas y un número de instrumentos que son nuestros sentidos: cámaras, sensores infrarrojos y ultravioletas, sensores magnéticos, sensores de plasma y rayos cósmicos. Estos equipos, diseñados en los ´70, son la vara de medir de un Dios muy torpe: Nosotros.

Uno de los directores de la misión fue Carl Sagan, persona inigualable, gran astrónomo repudiado en los EEUU por manifestarse en contra de su gobierno. Carl soñaba con hacer contacto con alguna inteligencia y fue parte fundamental de este proyecto asombroso: Salir al espacio, enviar un mensaje a las estrellas.

Portan las Voyager sendos discos de oro con información criptada: Música, voces, saludos y cantos de ballena, átomos y pulsares escritos allí. Son el mensaje esperanzado que una civilización de náufragos arrojó al mar para ser rescatados de su soledad existencial.
Las Voyager dicen: ¡Ey, aquí estamos!