Coplas
de la luna llena
*Canción, de Jorge Fandermole.
Los enamorados cantan su amor bajo la luna y los
hombres lobo sienten el llamado de lo salvaje cuando está llena; las banderas
de muchos países la incluyen en su paño y los poetas de todas las épocas le han
escrito sus mejores versos.
En la antigüedad los hombres contaban lunas para saber
cuando nacerían los niños. De allí que uno de sus nombres sea Artemisa, diosa
de lo femenino. Hoy se le dice Selene y por ello Cyrano de Bergerac, tras su
famoso viaje, nos hablo de los selenitas.
Ella nos acompaña desde siempre… siempre que la
observemos con los ojos de la gente, porque si buscamos en su ayer con los ojos
de la ciencia, la verdad es otra.
Hubo un tiempo en que no tuvimos el gusto de su
compañía.
Semejante impacto fue causa de sorpresas tales como el
campo magnético, la inclinación del eje de giro y, la mas notoria, que el polvo
y los escombros arrojados al cielo quedara dando vueltas a nuestro alrededor;
años y años allí, pálido cinturón de cenizas, hasta que, aglutinándose, pegoteándose
cual harina húmeda, miles de años después, borrosa y lenta, consolidó en lo que
hoy vemos, esa carita sucia, toda granos y manchas que llamamos Luna.
En el siglo XVII, fue observada por hombres y mujeres
con telescopios. Uno de tantos, Galileo Galilei, tuvo la mala dicha de publicar
sus observaciones en un libro que cambió el curso de la ciencia. Dije mala, porque
sufrió grandes castigos al derrumbar los absurdos que entonces enseñaba la
ciencia; entre ellos, que la materia supralunar era perfecta e incorruptible. Ante
esto, Galileo, quien no era algo gruñón, dijo: ¡Puras macanas, la Luna está hecha pomada!
Los pensadores de la época se negaban a observar por
el telescopio, decían que era truco lo que allí verían; mientras, el libro
escrito por el florentino se vendía a montones.
El mensajero de las estrellas, tal su título, está lleno de dibujos que describen su
superficie en detalle: los mares (de lava seca, no de agua), las montañas, los
cráteres, los cañones. Galileo dibujaba muy bien, era un científico moderno,
esto es, solo creía en lo que podía comprobar mediante experimentos. Con uno de
ellos midió la altura de las montañas lunares ¡vaya proeza!
Observar la luna es un gusto, en cualquiera de las
fases en que se encuentre, es decir, en cualquiera de los ángulos en que nos
muestre su carita iluminada, que de eso se trata.
Sus fases cambian día a día o noche a noche, como más
te guste. De hecho, muy pocos la reconocen como astro de observación diurna.
Cuando se acuesta cerca del sol, así como cuando amanece con él, es fácil verla
inclinar su cara iluminada, siempre mirándolo, como enamorada.
Cuando muestra
su cara llena, por el contrario, verás que siempre está muy lejos del sol, que
espera a que este se oculte para mostrarse ella, cual si estuviese ofendida. Y
cuando no la vemos, cuando tenemos Luna nueva, en realidad está justo en línea
al sol, nos muestra su noche, su cara oscura hacia nosotros. Por eso cuando hay
Luna nueva es el único momento en que pueden darse eclipses de sol, y cuando
hay Luna llena es cuando se dan los eclipses de luna. Son los únicos momentos
en que los tres astros, el sol, la tierra y la Luna , forman una línea recta en el cielo, pueden
taparse unos a otros jugando a las escondidas.
Detrás de este baile de máscaras se halla la más pura
geometría, ya dije que los hombres la aprendimos del cielo. Puede medirse con ellas la hora. Mis alumnos de sexto
y quinto grado han realizado relojes de Luna. Si ves a uno de ellos por las
calles de Chabás, dile:
Ey, niño, mira la Luna y dime ¿qué hora es?
Te responderán con acierto.
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