Las blancas flores de la luna
Para los que asistimos al taller,
En memoria.
Una lata brillante desciende sobre la Luna. Se abre una puerta y baja el Astronauta, vestido con su traje. Apenas toca con sus zapatones el suelo, pone cara importante y dice:
- Este es un pequeño paso para el hombre, y un…
Lo interrumpe un reto:
- ¡Me está pisando las flores¡
El Astronauta se da vuelta de un salto, con una mano en el pecho:
- Qué, ¿cómo puede ser?¡¡
- Y déle.- Le habla una persona menuda, vestida de blanco, que sale de atrás.- ¿Ve? me sigue pisando las flores¡¡¡
- Pero ¿Qué flores? Si estamos en la Luna. En la Luna ¡no hay flores!
- ¿A no? ¿Y esto qué es? Fíjese, las sembró mi padre, hace mucho tiempo, las buscó de este blanco tan lindo para que hagan juego con el paisaje.
El Astronauta se agacha, mira y asiente:
- Ah, sí, ahora las veo. ¡Parecen de tierra!
- ¿Parecen de qué?
- De tierra (el astronauta advierte que su interlocutor no entiende, y se explica de otro modo), de polvo quiero decir.
- Claro, de polvo: parecen de luna. ¿De verdad le gustan?
- Mucho, pero ¿Qué hace usted aquí?
- ¡Vaya pregunta! ¿Qué hace usted, aquí? Esta casa es mí cráter. ¡Usted alunizó en mí patio! ¡Y sin pedir permiso! Le recrimina con un dedo.
- Es que creí que aquí todo estaba vacío.- Dice, y agrega: Yo vengo de la Tierra , sabe.
- ¿De dónde viene?
- De la Tierra , de ahí. – el Astronauta señala, muy orgulloso, la esfera azul que cuelga del cielo.
- Ah, viene de Azulina, ¡el planeta de topacio! ¿Y qué anda buscando por acá, si se puede saber?
- Vine porque ¡soy un Astronauta! La misión de un astronauta es la de recorrer el espacio. Justamente, ando en busca de piedras y de… Bueno, no esperaba llevarme más que un poco de polvo, algunos cascotes.
- ¿Y viene de tan lejos, por unos cascotes? ¿No hay cascotes en Azulina?
- Sí hay. Lo que busca un astronauta es cascote de otro mundo: de la Luna , por ejemplo. Y también tengo que saber si hay agua, o si hay metales, o si hay…
- El astronauta se golpea el casco y exclama:
-¡Vida! Tengo que saber si aquí hay vida¡¡ Y acá estoy, hablando con usted¡¡ y usted está viva¡¡¡¿se da cuenta?! Aferra y sacude sus hombros, entusiasmado.
- Me parece que en Azulina no son muy inteligentes.- Dice nuestra persona, por lo bajo, y más fuerte:
- Si quiere se lleva una bolsita de polvo, y un cascote le doy, ¡Pero la vida se queda acá! ¡A mí no va a llevar a ningún lado!
- Mire que si usted viniera a la Tierra …
- A Azulina…
- Sí, a Azulina, si usted viniese a Azulina, sería una persona famosa, sería una persona importante y, ¡qué digo! ¡Sería una personalidad!
- Aja, ¿y para qué quiero yo ser una persona famosa, importante y no se qué más? ¿Si no voy a estar en mi casa, en mi cráter, con mis hermosas flores de luna?
- Pero… tráigase alguna. Puede venir conmigo a la… a Azulina. Le va a gustar, de allá se ve tan linda, la Luna.
- ¿Para qué voy a mirar de tan lejos lo que de verdad quiero?
- Allá hay flores de mil colores.
- Pensé que sólo serían azules, las flores de Azulina.
- Allá hay grandes mares de agua.
- Aquí hay grandes mares de tranquilidad.
- Allá hay llanuras de pasto y de trigo que se mecen en el cálido viento de la tarde.
- Aquí hay hermosas planicies de brillante polvillo blanco, y luego campos de antigua lava oscura; cada tanto, una de nuestras casas de cráter.
- Allá hay nubes y ocasos y auroras boreales.
- Aquí hay abruptos días y abruptas noches, y el espectáculo incomparable de Azulina.
- No se va a dejar convencer, ¿verdad? Dígame, ¿Cual es su nombre?
- Mi nombre es Eneles, y no es que me tenga que convencer, es que tengo la certeza de vivir allí donde debo vivir.
- ¿Eneles? que nombre mas lindo; yo soy el astronauta Intrépido, para servirle. Hace una reverencia y sigue:
- Entonces, ¿me iré de vuelta a mi cascote solo con mi cascote?
- Y con su polvo.
-Si, con su bello polvo de la luna… Pero usted me ha turbado, Eneles. Usted… Yo venía con grandes ideas, (alza el brazo, barre con un arco el negro cielo) a buscar una tosca, un terrón, y ahora (junta las palmas, las baja, se las mira) siento que me voy con las manos vacías… Porque, ¿me deja que le diga? Allá, en mi Tierra, en Azulina - como usted dice- vivo solo, ninguna persona ha querido aún ser mi amiga. Hace años que la única compañera es su luna tras las rejas de mi ventana .
- No imagino por qué, se ve usted tan apuesto dentro de su traje...
- Si me ve así, acepte, Eneles, véngase conmigo; en mi nave hay lugar suficiente… si nos apretamos un poquito.
- Pero ¿usted vio mi casa, lo amplia y abierta que es? Dese vuelta un poco – está muy duro ahí dentro- y mire mi mundo, mí querida luna. ¿Ve una puerta, una pared, una reja? Aquí todo es amplio y límpido. ¿Cómo haría yo para viajar sin espacio por el espacio?
- Tiene razón, Eneles. ¡Qué le pido! Somos distintos, yo extrañaría mi tierra y usted la suya. Voy a juntar una piedra o dos, y ya me pego la vuelta.
- No olvide su polvo, aquí le doy este puñado. Guárdelo de recuerdo, para que piense en este momento durante las noches de luna nueva.
- Lo pondré en una maceta, en una de esas florece una de sus flores, tan blancas.
- Acuérdese entonces que no eran mías, son obra de mi padre, a él le debo este jardín.
- Su padre… ¿podré conocerlo?
- Es curioso; igual que usted, él se fue al cielo. Andará sembrando sus flores, quién sabe dónde.
El astronauta se mesa la barbilla del casco, pensativo. Y dice:
- ¡Eso sí que es ser un astronauta! yo venía a llevarme cosas, pero su padre vino a dejarlas. Sabe una cosa Eneles, acá le devuelvo su piedra y sólo me llevo una pizca de su polvo tan lindo, tan blanco. Voy a seguir el mensaje de su padre. También voy a dejarle algo, para usted, hermosa gente de la luna.
El astronauta se vuelve y camina hasta su lata, hasta su nave. Eneles, que ante la galantería había bajado su rostro, lo mira con interés. Intrépido revuelve un poco y regresa con algo en la mano. Entonces dice:
- Tenga, guarde esto, para que usted también me recuerde durante las noches en que azulina no brille.
El astronauta le entrega un libro de tapas rojas. Eneles se quita un mechón de la frente, toma el libro y murmura:
- Un libro, un libro del espacio, ¡un libro de astronomía!
- Sí, también a mí me lo dejó mi padre, antes de marcharse. Ese libro me trajo hasta aquí, hasta su luna. Yo me hice astronauta por el amor que tuve a ese libro.
- Y por amor a su padre, así como yo amo mis flores que hacen juego con el paisaje.
-Así ¡precisamente!
Se miran en silencio, se toman la mano y (mientras las luces de la sala merman) miran el alto cielo que se ilumina, tachonado de estrellas. Y saludan al público.
Telón.
Sergio Galarza, mayo 4 de 2010.
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